Despues de Muerte, Explicacion

18.07.2010 14:37

 

¿Qué sucede después de la muerte?
¿Qué es el Juicio Particular?

¿Qué hay más allá de la muerte? ¿Hay vida después de esta vida? ¿Queda el hombre reducido al polvo? ¿Hay un futuro a pesar de que nuestro cuerpo esté inerte y en descomposición?

El misterio de la Asunción de la Santísima Virgen María al Cielo nos recuerda el sentido de nuestra vida en la tierra y lo que nos espera después de la muerte. El hecho de que la Santísima Virgen fuera llevada en cuerpo y alma al Cielo, cuestión que es dogma de fe para el católico, es un verdadero signo de esperanza para todos.

María, que indudablemente fue adornada de gracias excepcionales por Dios Padre para servir de Madre natural a Su Hijo Jesús, es -a pesar de estos dones especiales- plena y totalmente humana como somos todos los hombres y mujeres de este mundo.

El que María sea una mujer plena y totalmente humana, unido al hecho de que Ella está en el Cielo en cuerpo y alma en forma gloriosa, nos lleva a reflexionar sobre el destino que Dios tiene preparado a todo aquél que viva de acuerdo a esta verdad que aprendimos desde el Catecismo de Primera Comunión: hemos sido creados para conocer, amar y servir a Dios en esta vida y luego gozar plenamente de Su Presencia en la eternidad.

Y ... ¿Qué es la eternidad? ¿Qué es la Vida Eterna? ¿Qué es la salvación y la condenación ... eternas? Son nada menos que las opciones que nos esperan al terminar esta vida pasajera, temporal, finita ... fugaz y muy breve (si la comparamos con la eternidad) que ahora estamos viviendo aquí en la tierra.

Explicaba el Papa Juan Pablo II en su bestseller Cruzando el Umbral de la Esperanza, que la condenación es lo opuesto a la salvación, pero que tienen en común que ambas son eternas. El peor mal es la condenación eterna: el rechazo del hombre por parte de Dios, como consecuencia del rechazo de Dios por parte del hombre.

Pero el mayor bien es la salvación eterna: la felicidad que proviene de la unión con Dios. Es el gozar de la llamada Visión Beatífica, es decir, el ver a Dios mismo "cara a cara" (1Cor. 13, 12). De esto se trata el Cielo, que es un estado, un sitio indescriptible con nuestros limitados conocimientos humanos, pero sabemos que es mucho más de lo que podemos anhelar o imaginar. Por eso dice San Pablo: "ni el ojo vio, ni el oído escuchó, ni el corazón del humano pudo imaginar lo que Dios ha preparado para aquéllos que le aman" (1Cor. 2, 9).

El Papa Juan Pablo II insistía en tocar estos temas escatológicos, que él denominaba de las "realidades últimas". Nos decía así en una de sus Catequesis sobre escatología (11-8-99): "La vida cristiana ... exige tener la mirada fija en la meta, en las realidades últimas y, al mismo tiempo, comprometerse en las realidades 'penúltimas' ... para que la vida cristiana sea como una gran peregrinación hacia la casa del Padre".

En efecto, la vida en esta tierra es como una antesala, como una preparación, para unos más breve que para otros, tal vez más difícil o más dolorosa para algunos. Pero en realidad no fuimos creados sólo para esta antesala, sino para el Cielo, nuestra verdadera patria.

La Virgen María nos muestra, con su vida en la tierra y su Asunción al Cielo, el camino que hemos de recorrer todos nosotros total identificación de nuestra voluntad con la Voluntad de Dios en esta vida y luego el paso a la otra Vida, al Cielo que Dios Padre nos tiene preparado desde toda la eternidad. Allí estaremos en cuerpo y alma gloriosos, como está María, porque seremos resucitados, tal como Cristo resucitó y tal como El lo tiene prometido a todo el que cumpla la Voluntad del Padre (cfr. Juan 5,29 y 6,40).

¿Cómo es la muerte?

La muerte no es el fin de la vida, sino el comienzo de la Verdadera Vida. Para los que mueren en Dios, la muerte es un paso a un sitio/estado mejor ... mucho mejor que aquí. No hay que pensar en la muerte con temor. La muerte no es tropezarnos con un paredón donde se acabó todo. Es más bien el paso a través de esa pared para vislumbrar, ver y vivir algo inimaginable.

Santa Teresa de Jesús decía que esta vida terrena es como pasar una mala noche en una mala posada.

Para San Juan Crisóstomo, "la muerte es el viaje a la eternidad". Para él, la muerte es como la llegada al sitio de destino de un viajero. También hablaba de la muerte como el cambio de una mala posada, un mal cuarto de hotel (esta vida terrena) a una bellísima mansión.

"Mansión" es la palabra que usa el Señor para describirnos nuestro sitio en el Cielo. "En la Casa de mi Padre hay muchas mansiones, y voy allá a prepararles un lugar ... Volveré y los llevaré junto a mí, para que donde yo estoy, estén también ustedes" (Jn. 14, 2-3).

Es en la Liturgia de Difuntos de la Iglesia donde tal vez encontramos mejor y más claramente expresada la visión realista de la muerte. Así reza el Sacerdote Celebrante en el Prefacio de la Misa de Difuntos: La vida de los que en Tí creemos, Señor, no termina, se transforma; y al deshacerse nuestra morada terrenal, adquirimos una mansión eterna en el Cielo.

Por eso la muerte no tiene que ser vista como algo desagradable. ¡Es el encuentro definitivo con Dios! Los Santos (santo es todo aquél que hace la Voluntad de Dios, aunque no sea reconocido oficialmente) esperaban la muerte con alegría y la deseaban no como una forma de huir de esta vida, que sería un pecado en vez de una virtud- sino como el momento en que por fin se encontrarían con Dios. "Muero porque no muero" (Sta. Teresa de Jesús).

"Qué dulce es morir si nuestra vida ha sido buena" (San Agustín). San Agustín fue un gran pecador hasta su conversión ya bien adulto. El problema no es la muerte en sí misma, sino la forma como vivamos esta vida. Por eso no importa el tipo de muerte o el momento de la muerte, sino el estado del alma en el momento de la muerte.

¿Qué sucede después de la muerte?

¿Qué es el Juicio Particular?

Nuestro destino para toda la eternidad queda definido en el instante mismo de nuestra muerte. En ese momento nuestra alma, que es inmortal, se separa de nuestro cuerpo e inmediatamente es juzgada por Dios. Este momento se llama en Teología el Juicio Particular, y consiste en una especie de radiografía o "scaneo" espiritual instantáneo que recibe el alma por iluminación divina, mediante la cual ésta sabe exactamente el sitio/estado en que le corresponde ubicarse para la eternidad, según sus buenas y malas obras.

Es así como en el momento mismo de la muerte el alma recibe la sentencia de su destino para toda la eternidad. Al decir, entonces, que alguien ha muerto, podría también afirmarse que ese alguien también ha sido juzgado por Dios (cfr. Antonio Royo Marín, Teología de la Salvación).

Por ello ante la pregunta de si conviene esperar el momento de la muerte para prepararnos para la vida eterna, la respuesta parece muy simple: No, no es conveniente, pues no sabemos ni el día, ni la hora, ni el lugar, ni las condiciones de nuestra muerte. Y es mucho, es demasiado, lo que nos estamos jugando en ese instante: nada menos que nuestro destino para siempre, para una vida que nunca tendrá fin.

¿Hay Vida después de la vida?

Sí hay Vida después de la vida. Y la muerte no es el fin de la vida, sino el comienzo de la Verdadera Vida.

El Papa Juan Pablo II nos recordaba en una de sus Catequesis sobre la vida y la muerte las palabras de Jesús: "Yo soy la Resurrección y la Vida" (Jn. 11, 25). Y nos decía que "en El, gracias al misterio de su muerte y resurrección, se cumple la promesa divina del don de la Vida Eterna, que implica la victoria total sobre la muerte. 'Llega la hora en que todos los que estén en los sepulcros oirán la voz del Hijo de Dios y saldrán los que hayan hecho el bien para una resurrección de vida, pero los que obraron mal resucitarán para la condenación' (Jn. 5, 28-29). 'Porque ésta es la voluntad de mi Padre: que todo el que vea al Hijo y crea en El, tenga Vida Eterna y que Yo le resucite el último día'" Jn. 6, 40).

Y nos decía el Papa Juan Pablo II que no debemos pensar que la vida más allá de la muerte comienza sólo con la resurrección final, pues ésta se halla precedida por la condición especial en que se encuentra, desde el momento de la muerte física, cada ser humano. Se trata de una fase intermedia, en la que a la descomposición del cuerpo corresponde "la supervivencia y la subsistencia, después de la muerte, de un elemento espiritual, que está dotado de conciencia y de voluntad, de manera que subsiste el mismo 'yo' humano, aunque mientras tanto le falte el complemento de su cuerpo" (JP II, 28-10-98).

¿Qué opciones tenemos para la Eternidad?

Dice el Nuevo Catecismo de la Iglesia Católica: "Cada hombre después de morir recibe en su alma inmortal su retribución eterna en un juicio particular, bien a través de una purificación, bien para entrar inmediatamente en la bienaventuranza del Cielo, bien para condenarse inmediatamente para siempre" (#1022).

Aquí nos habla la enseñanza de la Iglesia de las opciones que tenemos para la eternidad: Cielo, Purgatorio o Infierno. De estas tres opciones la única que no es eterna es el Purgatorio, pues las almas que allí van pasan posteriormente al Cielo.

¿Qué es el Cielo?

Es un estado y un lugar de felicidad completa y eterna donde van las almas que han obrado conforme a la Voluntad de Dios en la tierra y que mueren en estado de gracia y amistad con Dios y perfectamente purificadas.

¿Qué es el Purgatorio?

Es un estado y un lugar de purificación donde van las almas que han obrado bien, pero que aún deben ser purificadas de las consecuencias de sus pecados antes de entrar a la visión de Dios en el Cielo.

¿Qué es el Infierno?

Es un estado y un lugar de castigo eterno donde van las almas que se han rebelado contra Dios y mueren en esa actitud.

¿A dónde quieres ir tú?

¿Cómo es el Cielo?

 Para los cristianos ninguna idea debería ser más familiar y más comentada que la meta hacia la cual nos dirigimos después de esta vida terrena. Pero, lamentablemente, no es así: los hombres y mujeres de comienzos de este Tercer Milenio parecemos haber perdido el rumbo, nos ocupamos de toda clase de cosas, menos de pensar hacia dónde vamos, sin darnos cuenta de que ya estamos andando en una ruta - la ruta hacia la eternidad- y que, inexorablemente vamos a llegar a uno de tres destinos: Cielo, Infierno o Purgatorio

 Pensamos -equivocadamente- que la felicidad está aquí en la tierra y la buscamos con una dedicación que más bien debiéramos poner en buscar la felicidad que sólo es posible, no en esta vida, sino en la eternidad.

 La idea del Cielo, de Infierno y de Purgatorio es prácticamente desconocida y casi nunca comentada. De allí que el Papa Juan Pablo II le haya pedido a nuestros Obispos en su visita ad-limina a la ciudad de Roma en el año 1995 que era importante que "a los hijos de la Iglesia en Venezuela" se nos educara "en el sentido de Dios y en la esperanza de las realidades últimas". De allí también que el Papa haya dedicado él mismo una serie de Catequesis durante el año 1999 a tratar estos temas escatológicos que tienen que ver con el destino último del ser humano

¿Cómo es el Cielo?

El Cielo es una de las opciones que el ser humano tiene para la otra vida. En realidad es la opción para la cual fuimos creados, pues Dios desea comunicarnos Su completa y perfecta felicidad, que además es eterna - es decir, para siempre- llevándonos al Cielo, la patria hacia la cual caminamos, nuestro verdadero hogar, el sitio de la felicidad perfecta y total.

Lograr una descripción adecuada de lo que es el Cielo, con nuestras limitadas categorías humanas de tiempo y espacio, con la limitación de ideas y de lenguaje, es imposible. San Pablo, quien según sus escritos pudo vislumbrar el Cielo, sólo puede referir que "oyó palabras que no se pueden decir: cosas que el hombre no sabría expresar ... ni el ojo vio, ni el oído escuchó, ni el corazón humano puede imaginar lo que tiene Dios preparado para aquéllos que le aman" (2a. Cor.12, 2-4 y 1a. Cor. 2,9).

Así es el Cielo: indescriptible, inimaginable, insondable, inexplicable, para el ser humano, pues somos limitados para comprender y describir lo ilimitado de Dios ... y el Cielo es básicamente la presencia de Dios en forma clara, "le veremos tal cual El es" (1a. Jn. 3,2).

 El Papa Juan Pablo II tomaba para sus Catequesis sobre las "realidades últimas" la descripción del Cielo que trae el Catecismo de la Iglesia Católica: "Esta vida perfecta con la Santísima Trinidad, esta comunión de vida de amor con ella, con la Virgen y todos los bienaventurados se llama 'el Cielo'. El Cielo es el fin último y la realización de las aspiraciones más profundas del hombre, el estado supremo y definitivo de felicidad (#1024)."

 Continuaba el Papa Juan Pablo II: "El Cielo se entiende como morada de Dios ... una relación íntima con la Santísima Trinidad ... El Cielo es la plenitud de la intimidad con Dios" (JP II, 21-julio-99).

Pero, como hemos dicho y como acotaba también el Papa Juan Pablo II, toda representación del Cielo resulta siempre inadecuada. También resulta difícil imaginar cómo es Dios y qué beneficios nos traería el verlo "cara a cara" (1a. Cor. 13, 12), pero tal vez sea más fácil imaginarnos lo maravilloso del Cielo, si pensamos en lo que no es el Cielo.

Al morir, nos despojamos del cuerpo, que es el peso que nos ata a la tierra. Dejamos, entonces, todo lo que es físico, orgánico: enfermedades, cansancios, dolores, achaques, etc. Adicionalmente queda atrás todo lo desagradable que hemos pasado en la tierra: malestares, penurias, agravios, persecuciones, dolores, enfermedades, inconvenientes, aflicciones, obstáculos, maldades, desagrados, contrariedades, rivalidades, competencia, tribulaciones. En una palabra: queda atrás todo sufrimiento.

Al llegar al Cielo, el alma siente enseguida, instantáneamente, un consuelo, una reparación, un desagravio a sus sufrimientos terrenos. "Vuestra tristeza se convertirá en gozo" (Jn. 16, 20).

 Si el día de nuestro nacimiento nacimos para esta vida terrenal, llegar al Cielo es nacer a la gloria; es nacer a la vida eterna. Nuestra alma al presentarse al Cielo tiene un solo pensar, un solo sentimiento que es el Amor de Dios.

También podemos imaginar algo del Cielo, si nos concentramos en el gozo que allí tendremos.

Nos dice la Sagrada Escritura que el Cielo consiste en "conocer a Dios" (Jn. 17, 3 - Mt. 5,8), pero también en gozar de El: "Entra en el gozo de tu Señor" (Mt. 25, 21; "para que vuestro gozo sea perfecto" (Jn. 15, 11).

El gozo del Cielo es un gozo de Amor: el amor más grande que podamos sentir, pues es el Amor Infinito de Dios. Amaremos a Dios con todas nuestras fuerzas y El nos amará con Su Amor que no tiene límites. Será como la fusión de nuestra vida con la Vida de Dios, que nos atraerá hacia Su Amor en forma infinita. (cfr. Garrigou-Lagrange, La Vida Eterna y la profundidad del alma).

Intentemos explicar -limitadamente- cómo será ese gozo del Cielo: amaremos a Dios con un amor intensísimo, embelesados por todas sus cualidades, que son perfectas, maravillosas e infinitas. Ese amor que sentiremos, atraídos por Su Amor, será correspondido perfectísimamente por El, sin las desilusiones propias del amor humano, con Su ternura infinita y en la intimidad más dulce que podamos imaginar. Distinto a como son los amores humanos, ese gozo será de una plenitud siempre nueva, de una novedad constante que no cesa jamás. Y, además, ese Amor durará para siempre, siempre, siempre.

Es un océano de gozo, que llena por completo las profundidades del alma y satisface por completo las aspiraciones del corazón, sin que se pueda desear o necesitar absolutamente nada más. (cfr. Antonio Royo Marín, o.p., Teología de la Salvación).

El Cielo es el cumplimiento del "entra para siempre en el gozo de tu Señor" (Mt. 25, 21).

¿Cómo es el Purgatorio?

 El Purgatorio es otra de las "realidades últimas" de las que nos habló el Papa Juan Pablo II y que es importante recordar. De las opciones que tenemos para después de la muerte, el Purgatorio es la única que no es eterna. Las almas que llegan al Purgatorio están ya salvadas, permanecen allí el tiempo necesario para ser purificadas totalmente.

A pesar de no aparecer la palabra "purgatorio" en la Sagrada Escritura, la realidad de lo que significa este término está bien expresada en la Biblia, por ejemplo, en 2 Macabeos 12, 41-40. Más aún, es un dogma de fe, es decir, de obligatoria creencia por parte de todo católico. Además, es un regalo de la misericordia grandísima de Dios, y una señal de esperanza, ya que las almas que llegan al Purgatorio ya están salvadas: la única opción posterior que tienen es el Cielo; permanecen allí el tiempo necesario para ser purificadas totalmente antes de entrar a la visión y el disfrute total de Dios en el Cielo. (cfr. Nuevo Catecismo de la Iglesia Católica #1030-1032).

 Sin embargo, la purificación en el Purgatorio es "dolorosa". La Biblia nos habla también de "fuego" al referirse a esta etapa de purificación. "La obra de cada uno vendrá a descubrirse. El día del Juicio la dará a conocer ... El fuego probará la obra de cada cual ... se salvará, pero como quien pasa por fuego" (1a. Cor. 2, 13-15).

Están de acuerdo los Teólogos en señalar que tal vez la pena más dolorosa de la etapa de purgatorio sea la tardanza en poder disfrutar de la gloria de Dios. En el momento en que el alma se separa del cuerpo y se desprende de los lazos de la tierra se siente irresistiblemente atraída por el Amor Infinito de Dios. Por consiguiente, el retraso en poder gozar de la "Visión Beatífica" causa un dolor incomparable a cualquier dolor de la tierra. Ha llegado la hora de ver a Dios, pero al no estar debidamente purificada el alma no puede verlo. En la tierra se buscó a sí misma; ahora busca a Dios y no puede encontrarle por el tiempo que tarde su purificación. (cfr. A. Royo Marín, Teología de la Salvación; Garrigou-Lagrange, La Vida Eterna y la profundidad del alma).

Esta purificación de que hablamos es indispensable para poder ver a Dios "cara a cara". Y esta purificación puede sucederse, bien después de la muerte, o bien -total o parcialmente- durante nuestra vida en la tierra. Por eso a veces se oye hablar de "pasar el purgatorio en la tierra".

El paso por la purificación del Purgatorio ha sido obviado por algunos. Los Santos son ejemplos de esta posibilidad de purificación en nuestra vida terrena: ninguno ha llegado a la santidad sin purificarse a través del sufrimiento, la oblación, la entrega absoluta a los planes de Dios ... y algunos, hasta el martirio.

Así, las oportunidades de purificación que nos presenta Dios Nuestro Señor a través de circunstancias dolorosas o adversas en nuestra vida deben verse, no como castigo, sino como lo que son: oportunidades de purificación, para disminuir u obviar el Purgatorio.

Porque ¡es posible llegar al Cielo directamente! Y, además, es deseable obviar el Purgatorio, ya que no es un estado agradable, sino más bien de sufrimiento y dolor, que puede ser corto, pero que puede ser también muy largo.

¿Cómo evitar el Infierno? ¿Cómo evitar, también, el Purgatorio? La receta es clara: buscar la Voluntad de Dios y no la propia, rechazar el pecado, confesar los pecados cometidos en el Sacramento de la Reconciliación, aprovechar las gracias de la Santa Misa y la Eucaristía y, aprovechar las oportunidades de conseguir "indulgencia plenaria", la cual nos borra el tiempo de purificación que tendríamos que pasar en el Purgatorio. Además, es muy importante saber utilizar las posibilidades de purificación que nos presenta el Señor a lo largo de nuestra vida. Los sufrimientos no deben verse como se suelen ver: negativamente; los sufrimientos son gracias de purificación, es decir, oportunidades de purificarnos aquí en la tierra. El sufrimiento, entonces, tiene valor redentor y efecto de purificación. Por eso nos dice San Pedro, el primer Papa:

"Dios nos concedió una herencia que nos está reservada en los Cielos ... Por esto alégrense, aunque por un tiempo quizá sea necesario sufrir varias pruebas. Vuestra fe saldrá de ahí probada, como el oro que pasa por el fuego ... hasta el día de la Revelación de Cristo Jesús, en que alcanzaréis la meta de vuestra fe: la salvación de vuestras almas" (1ª Pedro 1, 3-9).

¿Cómo es el Infierno?

Si del Cielo se habla poco, del Infierno se habla aún menos. Y al respecto hay errores muy difundidos: unos creen que el Infierno no existe. Otros creen que sí existe, pero que allí no va nadie, aduciendo que Dios es infinitamente bueno, pero olvidándose de que también es infinitamente justo y de que el mismo Jesucristo nos habló en varias ocasiones sobre la posibilidad que tenemos de condenarnos.

De hecho, el Infierno es de creencia obligatoria para los Católicos, y es de los dogmas de nuestra fe que presenta mayor número de textos de la Sagrada Escritura que lo sustentan, en los cuales por cierto aparece con diferentes nombres (abismo, horno de fuego, fuego eterno, lugar de tormentos, lugar de tinieblas, gehena, muerte segunda, fuego inextinguible etc.). En resumidas cuentas, el Infierno forma parte, junto con el Cielo y el Purgatorio, de las opciones que nos esperan para la otra vida.

Entre los secretos que reveló la Santísima Virgen María a los pastorcitos de Fátima, está una visión del Infierno, que les dio en una de sus apariciones. Decía Lucía, la vidente de Fátima que murió ya anciana en 2005: "Algunas personas, también piadosas, no quieren hablar a los niños pequeños sobre el Infierno, para no asustarlos. Sin embargo, Dios no dudó en mostrar el Infierno a tres menores y una de ellas contando apenas seis años".

Por más que Lucía describe lo que ella y los otros dos videntes vieron (cfr. Memorias de Lucía), no es posible imaginar cómo es el Infierno. El Infierno es un lugar de dolor y horror -más de lo que podemos pensar y suponer- al que son arrojadas las almas que en la tierra desperdician las gracias de salvación que Dios en Su infinita Bondad, nos otorga a todos.

También los videntes de Medyugorie han visto el Infierno y además el Purgatorio y el Cielo. Hay Santos que han tenido visiones y/o vivencias del Infierno: Sta. Teresa de Jesús, San Juan Bosco y Sta. Faustina Kowalska.

Lo siguiente sobre el Infierno es tomado del Diario de Sta. Faustina (Octubre 1936 - Diario #741), lo cual escribe durante su Retiro anual, en Cracovia, el 20 de octubre de 1936:

“Hoy, un Angel me llevó a los precipicios del Infierno. Es un lugar de grandes torturas. ¡Es impresionante el tamaño y la extensión del sitio!

“He aquí los tipos de torturas que vi: La primera tortura en que consiste el Infierno es la pérdida de Dios. La segunda es el remordimiento de conciencia perpetuo. La tercera es saber que esa condición nunca va a cambiar. La cuarta es el fuego que penetrará el alma sin destruirla -un sufrimiento terrible, ya que es un fuego puramente espiritual, encendido por la ira de Dios. La quinta tortura es la permanente oscuridad y un terrible hedor que sofoca, y que, a pesar de la oscuridad, los demonios y las almas de los condenados se ven y ven toda la malignidad, tanto propia como de los demás. La sexta tortura es la compañía constante de Satanás. La séptima tortura es la horrible desesperación, el odio a Dios, las palabras horrendas, las maldiciones y las blasfemias.

“Estas son las torturas que sufren en general todos los condenados, pero éste no es el fin del sufrimiento. Hay torturas especiales destinadas a las almas en particular. Son los tormentos de sus sentidos. Cada alma pasa por sufrimientos terribles e indescriptibles, relacionados con la manera en que han pecado.

“Hay cavernas y fosos de tortura en la que cada tipo de agonía es diferente. Yo hubiera muerto con la simple visión de esas torturas, si no hubiera sido porque la omnipotencia de Dios me sostenía.

“Que sepa el pecador que será torturado por toda la eternidad en aquellos sentidos que utilizó para pecar.

“Estoy escribiendo esto por mandato de Dios, para que ninguna alma pueda excusarse diciendo que no existe el Infierno, o que nadie ha estado allí, y que por tanto no puede saberse cómo es.

“Yo, la Hermana Faustina, por orden de Dios, he visitado los abismos del Infierno, para poder hablar a las almas sobre esto y para poder dar testimonio de su existencia. He recibido el mandato de Dios de dejarlo por escrito.

“Los demonios estan llenos de odio hacia mí (por esto). Lo que he escrito es sólo una sombra pálida de las cosas que vi allí. Pero sí noté una cosa: que la mayoría de las almas que están allí son las que se han negado a creer en el Infierno.”

Coinciden los Teólogos en que la más horrenda de las penas del Infierno es la pérdida definitiva y para siempre del fin para el cual hemos sido creados los seres humanos: la posesión y el gozo de Dios, viéndolo "cara a cara". Ya que sólo Dios puede satisfacer el ilimitado deseo de felicidad que El mismo ha puesto en nuestra alma para ser satisfecho sólo por El, puede comprenderse cuán grande puede ser la pena de no poder disfrutar de lo que se denomina la Visión Beatífica. Para resumir esta pena en palabras de San Agustín, "es tan grande como grande es Dios".

Jesucristo también nos da algunas descripciones del Infierno, en el que otro de los tormentos es el sentido de eternidad. Es un sitio de fuego, pero es un fuego que no se extingue, sino que es eterno, sin descanso, sin tregua, sin fin ... para siempre ...

"Los malvados ... los arrojará en el horno ardiente. Allí será el llanto y el rechinar de dientes" (Mt. 13, 42). "Y a ese servidor inútil échenlo en la oscuridad de allá afuera: allí habrá llanto y desesperación" (Mt.25,30). "Malditos: aléjense de Mí, al fuego eterno" (Mt. 25, 41).

Nos decía el Papa Juan Pablo II lo siguiente sobre el Infierno y la condenación eterna: "quienes se obstinan en no abrirse al Evangelio, se predisponen a una 'ruina eterna, alejados de la presencia del Señor y de la gloria de su poder' (2 Ts. 1, 9) ... Así resume los datos de la fe sobre este tema el Catecismo de la Iglesia Católica: 'Morir en pecado mortal sin estar arrepentidos ni acoger el amor misericordioso de Dios, significa permanecer separados de El para siempre por nuestra propia y libre elección. Este estado de autoexclusión definitiva de la comunión con Dios y con los bienaventurados es lo que se designa con la palabra Infierno' ... La 'condenación' consiste precisamente en que el hombre se aleja definitivamente de Dios, por elección libre y confirmada con la muerte, que sella para siempre esa opción. La sentencia de Dios ratifica ese estado" (JP II, 28-julio-99).

La Voluntad de Dios es que todos los hombres lleguen a disfrutar de la Visión Beatífica. Dios no predestina a nadie al Infierno. Para que alguien se condene es necesario que tenga una aversión voluntaria a Dios, un enfrentamiento o una rebeldía contra El y, además, que persista en esa actitud hasta el momento de la muerte (cfr. CIC # 1037).

Hemos nacido y vivimos en esta tierra para pasar de esta vida a la eternidad. Y allí habrá o "Vida Eterna" en el Cielo, al que podemos llegar directamente o pasando antes por un tiempo de purificación en el Purgatorio ... o habrá "muerte eterna" en el Infierno.

¿Qué significa resucitar?
¿Cómo serán nuestros cuerpos resucitados?

La liturgia de la Resurrección de Cristo es la más bella e imponente de todo el Calendario Litúrgico. En la Resurrección de Jesucristo está el centro de nuestra fe cristiana y de nuestra salvación, ya que si Cristo no hubiera resucitado, vana sería nuestra fe (1Cor.15,14) ... y también nuestra esperanza. Pero sabemos que Jesucristo no sólo ha resucitado, sino que nos ha prometido resucitarnos también a nosotros.

Así nos explica el Nuevo Catecismo de la Iglesia Católica, la resurrección, es decir, el misterio de nuestra futura inmortalidad.
 

¿Qué significa resucitar?

En la muerte, que es la separación del alma y el cuerpo, el cuerpo humano cae en la corrupción, mientras que su alma va al encuentro con Dios, en espera de reunirse con su cuerpo glorificado. Dios en su omnipotencia dará definitivamente a nuestros cuerpos la vida incorruptible, uniéndolos a nuestras almas. Esto, en virtud de la Resurrección de Jesús (N.C.#997).

Es de hacer notar que hay una diferencia entre "resurrección" y "revivificación". ¿Cuál es esa diferencia? Pensemos, por ejemplo en la llamada "resurrección" de Lázaro (Jn. 11, 1-44) o en la del hijo de la viuda de Naím (Lc. 7, 12-1-15). ¿Fueron éstas "resurrecciones" en el sentido que nos explica el Catecismo? ¿Las almas de estos dos se unieron a cuerpos glorificados, como el del Señor en su resurreción? Ciertamente cuerpo y alma fueron unificados nuevamente y volvieron a la vida, pero volvieron a esta misma vida, no a la vida en gloria en el Cielo. Tanto es así que Marta, la hermana de Lázaro, le responde a Jesús: "Yo sé que mi hermano resucitará en la resurrección de los muertos, en el último día". Pero el Señor al hablar de "resucitar" a Lázaro se refería a volverlo, como de hecho lo hizo, a esta misma vida terrena. También fue así para el hijo único de la viuda del pueblo de Naím.

¿Cómo será nuestra resurrección?

 "Ciertamente el 'cómo'", nos dice el Catecismo de la Iglesia Católica,     "sobrepasa nuestra imaginación y nuestro entendimiento; no es accesible más que en la fe". (#1000)

Cristo resucitó con su propio cuerpo: "Mirad mis manos y mis pies; soy Yo mismo" (Lc.24,39); pero El no volvió a una vida terrenal. Del mismo modo, en El todos resucitarán con su propio cuerpo, el que tienen ahora, pero este cuerpo será "transfigurado en cuerpo de gloria" (Flp.3,21), "en cuerpo espiritual" (1 Cor.15,44) (N.C.#999).

La resurrección tendrá lugar en un instante. "Yo quiero enseñarles este misterio: aunque no todos muramos, todos tendremos que ser transformados, en un instante, cuando toque la trompeta (Ustedes han oído de la Trompeta que anuncia el Fin). Entonces, en un abrir y cerrar de ojos, los muertos se levantarán, y serán incorruptibles" (1a. Cor. 15, 51-52).

Este dogma central de nuestra fe cristiana no sólo nos lo recuerda el Catecismo de la Iglesia Católica, del cual hemos tomado las anteriores citas textuales, sino que la esperanza de nuestra resurrección y futura inmortalidad se encuentra en textos bíblicos tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento.

En el Libro 2 de los Macabeos vemos como siete hermanos, que estaban siendo torturados y muertos delante de su madre, se sentían consolados y fortalecidos en la seguridad de su futura resurrección. Respondían así al rey que los asesinaba en medio de horribles suplicios: "Más vale morir a manos de los hombres y aguardar las promesas de Dios que nos resucitará ... nos dará una vida eterna; tú, en cambio, no tendrás parte en la resurrección para la vida" (2 Macabeos 7, 1-42).

 Más aún, Jesucristo mismo nos ha dejado la doctrina de nuestra futura resurrección en términos muy claros: "No se asombren de esto: llegará la hora en que todos los que están en los sepulcros oirán Mi Voz. Los que hicieron bien saldrán y resucitarán para la vida; pero los que obraron mal, resucitarán para la condenación" (Jn. 5, 28-29).

Esta diferenciación en los resucitados la había anunciado ya el Profeta Daniel: “Muchos de los que duermen en el polvo despertarán: unos para la vida eterna, otros para el eterno castigo” (Dn. 12, 2).

 

¿Quiénes resucitarán?

 Todos los hombres que han muerto (N.C. #998). Unos para la condenación y otros para la salvación.

¿Cómo serán nuestros cuerpos resucitados?

1. Nuestros cuerpos resucitados serán nuestros mismos cuerpos pero en un nuevo estado.

2. Los cuerpos resucitados serán inmortales y sin defecto.

¿Qué sucede con los cuerpos que han tenido mutilaciones o que han sido destruidos por un incendio o un accidente de aviación?

Si Dios pudo crear todo de la nada, ¡cómo no va a ser posible para Dios reunir elementos dispersos de nuestra naturaleza humana! Si Dios es Todopoderoso (dogma de fe) y nos ha prometido resucitar, lo hará. ¿Cómo lo hace? No sabemos cómo, pero lo hace.

Sobre la reposición de los miembros faltantes del cuerpo humano hay una tradición al respecto desde el Antiguo Testamento. Los hermanos Macabeos que fueron torturados, entre otras cosas, mediante mutilaciones exclamaban durante su tortura: "Estos miembros que ahora nos quitan los tenemos del Cielo ... y esperamos recibirlos nuevamente de Dios" (2 Mac. 4,11). Job, que también fue martirizado en su cuerpo, conocía y creía en el misterio de la resurrección. Había perdido la piel y exclamaba: "Seré nuevamente revestido con mi piel y en mi propia carne veré a Dios (Job 19, 26).

 Para tener una idea de cómo serán nuestros cuerpos resucitados, veamos, entonces, cómo es el cuerpo glorioso de Jesucristo. Era ¡tan bello! el cuerpo glorioso de Jesucristo que no lo reconocían los Apóstoles ... tampoco lo reconoció María Magdalena. Y cuando el Señor se transfigura ante Pedro, Santiago y Juan en el Monte Tabor, mostrándoles todo el fulgor de Su Gloria era ¡tan bello lo que veían! ¡tan agradable lo que sentían! que Pedro le propuso al Señor hacerse tres tiendas para quedarse a vivir allí mismo. Así es un cuerpo glorioso.

 Conocemos de otro cuerpo glorioso: el de la Madre de Dios, que fue subida al Cielo en cuerpo y alma. Los videntes que dicen haber visto a la Santísima Virgen -y la ven en cuerpo glorioso, como es Ella después de haber sido elevada al Cielo- se quedan extasiados y no pueden describir, ni lo que sienten, ni la belleza y la maravilla que ven. Así es un cuerpo glorioso.

Si comparáramos nuestros cuerpos resucitados con nuestros cuerpos actuales, los futuros tendrán cualidades propias de los cuerpos espirituales, como por ejemplo, la capacidad de transportarse instantáneamente de un sitio a otro y de penetrar cualquier sustancia material. Más importante aún, ya no se corromperán, ni se enfermarán, ni se envejecerán, ni se dañarán, ni sufrirán nunca más. Pero, por encima de todo esto, brillarán con gloria, como el de Jesucristo el Señor y el de su Santísima Madre.

San Pablo tuvo que ocuparse de este tema al escribirle a los Corintios: "Algunos dirán: ¿cómo resucitan los muertos?, ¿con qué tipo de cuerpo salen? ... Al enterrarse es un cuerpo que se pudre; al resucitar será tal que no puede morir. Al enterrarse es cosa despreciable; al resucitar será glorioso. Lo enterraron inerte, pero resucitará lleno de vigor. Se entierra un cuerpo terrenal, y resucitará espiritual ... Adán por ser terrenal es modelo de los cuerpos terrenales; Cristo que viene del Cielo, es modelo de los celestiales. Y así como nos parecemos ahora al hombre terrenal, al resucitar llevaremos la semejanza del hombre celestial ... cuando nuestro ser mortal se revista de inmortalidad y nuestro ser corruptible se revista de incorruptibilidad" (1a.Cor 15, 35-58).

        Re-encarnación o inmortalidad

Ante la promesa del Señor de nuestra futura inmortalidad al ser resucitados con El, y ante la maravilla de lo que serán nuestros cuerpos resucitados ¿cómo a los hombres y mujeres de hoy, puede ocurrírsenos que re-encarnar en otro cuerpo terrenal, decadente y que volverá a morir puede ser más atrayente que resucitar en cuerpos gloriosos con Cristo Jesús?.

Pero la re-encarnación se nos está introduciendo de manera muy profusa a través de todos los medios de comunicación social. Sin embargo, la re-encarnación es un mito, un error, una herejía, un embuste; como diría San Pablo: "una patraña".

 Debemos los cristianos descartarla de las creencias que solemos tomar de fuentes no cristianas, y que vienen a contaminar nuestra Fe. Porque cuando comenzamos creyendo que es posible, deseable, conveniente o agradable re-encarnar, ya estamos negando la resurrección. Y nuestra esperanza está en resucitar con Cristo, como El nos lo ha prometido ... no en re-encarnar.

 La re-encarnación niega muchas cosas, parece muy atractiva esta falsa creencia, este mito. Sin embargo, si en realidad lo pensamos bien ... ¿cómo va a ser atractivo volver a nacer en un cuerpo igual al que ahora tenemos, decadente y mortal, que se daña y que se enferma, que se envejece y que sufre ... pero que además tampoco es el mío?.

 Aun partiendo de una premisa falsa, suponiendo que la re-encarnación fuera posible, si no fuera un mito, una patraña, ¿cómo podemos los hombres, pero sobre todo los cristianos que tenemos la seguridad y la promesa del Señor de nuestra futura resurrección, pensar que es más atractivo re-encarnar, por ejemplo, en un artista de cine, o en un millonario, o en una reina ... que resucitar en cuerpos gloriosos?.

Tenemos que tener claro los cristianos que la re-encarnación está negada en la Biblia. En el Antiguo Testamento: "Una sola es la entrada a la vida y una la salida" (Sabiduría 7, 6). San Pablo en su Carta a los Hebreos dice: "Los hombres mueren una sola vez y después viene para ellos el juicio: los que hicieron bien saldrán y resucitarán para la vida, pero los que obraron mal resucitarán para la condenación" (Hebreos 9,27).

Pero, además, ¿no nos damos cuenta de lo que recitamos en el Credo todos los domingos? Creo en la resurrección de la carne y en la vida eterna. (Credo de los Apóstoles). Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro. (Credo de Nicea).

Cuando haya tenido fin "el único curso de nuestra vida terrena" (LG 48), ya no volveremos a otras vidas terrenas. "Está establecido que los hombres mueren una sola vez" (Hb. 9,27). No hay "re-encarnación" después de la muerte. Así lo dice textualmente el Catecismo de la Iglesia Católica (#1013).

¿Llegaremos a ser inmortales?

La visión realista de la muerte se expresa clarísimamente en la Liturgia de Difuntos de la Iglesia: La vida de los que en Tí creemos, Señor, no termina, se transforma; y al deshacerse nuestra morada terrenal, adquirimos una mansión eterna en el Cielo.

Por la muerte el alma se separa del cuerpo, pero en la resurrección Dios devolverá la vida incorruptible a nuestro cuerpo transformado, reuniéndolo con nuestra alma. Así como Cristo ha resucitado y vive para siempre, todos nosotros resucitaremos el último día. (Nuevo Catecismo #1016).

Nuestra vida no termina con la muerte, pues hay otra Vida después de esta vida. La muerte es sólo el paso a la otra Vida, que no termina, sino que es eterna. La muerte, entonces, no es el fin de la vida, sino el comienzo de la Verdadera Vida. Por eso la muerte no tiene que ser vista como algo desagradable, pues es nuestro encuentro definitivo con Dios.

Nuestra meta, entonces, es llegar al Cielo, ese lugar/estado que "ni el ojo vio, ni el oído escuchó, ni el corazón humano puede imaginar Dios tiene preparado para aquéllos que le aman" (1 Cor 2,9). Así es el Cielo: indescriptible, inimaginable, insondable, inexplicable para el ser humano, pues somos limitados para comprender lo ilimitado de Dios. Y el Cielo es básicamente la presencia de Dios.

Al morir, nuestra alma se separa del cuerpo. El alma pasa a la Vida Eterna: o al Purgatorio para posteriormente pasar al Cielo, o al Cielo directamente, o al Infierno. Y el cuerpo, que es material, queda en la tierra, bien descomponiéndose o bien hecho cenizas si ha sido cremado.

Sin embargo, la Resurrección de Jesucristo y la Asunción de la Virgen María al Cielo, nos recuerdan la promesa del Señor de nuestra resurrección: resucitaremos como El. Y ¿qué significa resucitar? Resurrección es la re-unión de nuestra alma con nuestro cuerpo glorificado. Resurrección significa que Dios dará a nuestros cuerpos una vida distinta a la que vivimos ahora, pues serán cuerpos incorruptibles, al unirlos a nuestras almas. (cfr. Catecismo #997).

Nuestros cuerpos resucitados serán nuestros mismos cuerpos, pero en un nuevo estado: inmortales, sin defecto, ya no se corromperán, ni se enfermarán, ni se envejecerán, ni se dañarán, ni sufrirán nunca más. Serán cuerpos gloriosos. Y llegaremos a ser inmortales.

¿Cuándo será nuestra resurrección?

Esta pregunta la responde así el Catecismo de la Iglesia Católica: Sin duda en el “último día” (Jn.6, 54 y 11,25); “al fin del mundo” (LG 48).

En efecto, la resurrección de los muertos está íntimamente ligada a la Parusía o Segunda Venida de Cristo: “Cuando se dé la señal por la voz del Arcángel, el propio Señor bajará del Cielo, al son de la trompeta divina. Los que murieron en Cristo resucitarán en primer lugar” (1Ts. 4,16) (#1001).

Y continúa San Pablo: “Después nosotros, los vivos, los que todavía estemos, nos reuniremos con ellos llevados en las nubes al encuentro del Señor, allá arriba. Y para siempre estaremos en el Señor” (1Ts. 4, 17).

San Pablo nos habla de los que han muerto y han sido salvados. También nos habla de los que estén vivos para el momento de la Segunda Venida de Cristo. Pero es San Juan quien completa lo que sucederá con los que no han muerto en Cristo: “No se asombren de esto: llega la hora en que todos los que están en los sepulcros oirán mi voz. Los que hicieron el bien saldrán y resucitarán para la vida; pero los que obraron el mal resucitarán para la condenación” (Jn. 5, 28-29).

 Es decir, todos resucitaremos: salvados y condenados. Unos para una resurrección de gloria y de felicidad eternas. Otros para una resurrección de condenación e infelicidad eternas.